Si
bien la Reforma Educativa impulsada para un desarrollo integral de los
escolares que cursan y egresan de la educación básica en el SEM se fundamenta
en un modelo basado en competencias, y a la vez, recomienda en diversas ocasiones
favorecer la participación de padres de familia, así como las modificaciones a
las prácticas de gestión escolar, aún carece de ofrecer criterios formales
hacia la oferta escolar en relación a las figuras parentales.
Al respecto, la experiencia de educación parental
bajo enfoques de un modelo en competencias, se ha inicia en contextos de riesgo
psicosocial, y de carácter jurídico, caracterizados por desintegración y violencia intrafamiliar.
Ejemplo de ello, son las aportaciones de Barudy y Maryorie (2005) quienes sugieren
entender por competencia parental como capacidades que tienen los padres para, cuidar, proteger y educar a sus
hijos asegurando un sano desarrollo como parte de la parentalidad social y no
biológica.
Sugieren el uso del término resiliencia, como la capacidad o recursos para mantener un
proceso normal de desarrollo a pesar del daño que han causado las condiciones difíciles de maltrato en que niñas y padres viven, o han vivido.
Bayot, Hernández y De Julián (2005) citan
a Grisso, para sustentar que estudios e instrumentos para evaluación de
competencias parentales se pueden clasificar en dos grupos: Los que se refieren
a habilidades parentales, y los que se avocan a identificar situaciones de
maltrato.
Rodrigo, Martín, Cabrera y Máiquez (2009) conciben el concepto de competencia
como integrador, ya que remite a la capacidad de las personas para generar y
coordinar respuestas (Afecto, cognición, comunicación y comportamientos);
capacidades que a la vez son adaptativas a corto y largo plazo ante demandas de
sus tareas vitales y de las oportunidades
que les otorgan los contextos de desarrollo, la familia, la escuela, los
iguales y el ocio. Por tanto, es un concepto multidimensional, bidireccional,
dinámico y contextual.
“El conjunto de capacidades que
permiten afrontar de manera flexible y adaptativa la tarea vital de ser padres, de acuerdo a
las necesidades evolutivas y educativas de sus hijos, en los
estándares considerados aceptables por la sociedad, y con el aprovechamiento de oportunidades y apoyos que les proporcionan
los sistemas familiares.” [1]
a)
Oportunidades para ponerlas en práctica.
b)
Habilidades para enfrentar las
oportunidades.
c)
Reconocimiento social al rol y desempeño de asumir la
parentalidad.
Para White 2005, las competencias
parentales son resultado de ajuste entre las condiciones psicosociales en las
que vive y convive la familia, siendo por tanto, el escenario educativo que los padres o tutores construyen para desempeñar
la parentalidad como tarea vital, en concordancia a las características de
integrantes de menor edad.
Las características de los
hijos tales como vulnerabilidad y resiliencia, deben considerarse por otros
agentes educativos para intervenir acerca de las competencias parentales a
potenciar en los progenitores. Ya que niños con
prematurez y bajo peso al nacer,
discapacidad física o psíquica, problemas de conducta, hiperactividad, y otros trastornos del desarrollo pueden
suponer ajustes y compensaciones no necesarios para otros niños.
Por tanto, para Barudy y Maryorie (2005), puede promoverse resiliencia a través del
Apego seguro (Sea selectivo o múltiple);
hacer conciencia de la realidad individual, familiar y social; el apoyo
social de actividades informales o comunitarias; los aportes materiales para contrarrestar
situaciones de pobreza; la intervención escolar; y la búsqueda de compromisos éticos,
sociales, religiosos, incluso políticos.
A la vez, divergen de otros autores respecto al concepto de agencia
parental; para el autor ésta se referirá al hecho de que los padres se sientan
y asuman como protagonistas activos, capaces y satisfechos del rol parental.
Para Bayot, Hernández y De Julián (2005)
la agencia se refiere a la responsabilidad de educar a los niños, por lo
general asumida por las familias (Por afiliación, alianza y cohabitación); progresivamente esta agencia se hace
partícipe a la escuela, en la necesidad de satisfacer necesidades para el
desarrollo y educar para su participación en la sociedad; y posteriormente, a
la responsabilidad adjudicada por poderes del Estado, en relación a confiar en
otras familias de acogida a menores cuya familia de origen no ha resuelto dificultades
en su desarrollo físico, psicológico y social.
En experiencias de educación formal, el Modelo del Programa de Educción
Inicial no Escolarizada a través de su Plan Formativo (2005) considera que el
desarrollo de competencias en los niños es el eje central para la intervención
hacia agentes educativos, ya que se requiere de fortalecer y desarrollar las competencias
personales y sociales de padres y madres para conseguir los primeros fines, así
como del sentir y saberse competentes ante otros padres y ante su
comunidad. Al ubicar el enfoque de
competencias parentales en un marco de refiera una educación centrada en la
persona y es sus formas de aprender, así como en el apoyo de un currículum que
responda a la realidad y a los contextos sociales de los beneficiarios, supone
una intervención educativa eficaz y significativa.
Para Bartau, Maganto y Txeberría
(Sin fecha), la formación
de padres indica una acción formal
para incrementar la conciencia de los padres y la utilización
de sus aptitudes y competencias parentales. A la vez, sugieren algunos
indicadores acerca de la necesidad de educación para la parentalidad, entre
estas:
a) La
motivación de los padres acerca de desempañar óptimamente su rol, ya que se
enfrentan a rápidas circunstancias de cambio.
b) Los
procesos de nuclerización familiar, la
diferenciación y especialización de roles,
la distancia geográfica de las generaciones familiares, y el incremento
del trabajo fuera del hogar.
c) El
incremento de la incidencia del divorcio y las familias reconstituídas, el
abuso infantil, los problemas
emocionales y la alta incidencia del embarazo en la adolescencia.
d) Creencias
en los padres acerca de mayores riesgos, que la parentalidad del pasado,
observando el consumo de drogas e índices de suicidio en niños y adolescentes.
e) Así
como la idea de que la educación de niños y de los padres son los instrumentos
más eficaces para incrementar la capacidad de las naciones, cubrir necesidades
y lograr aspiraciones de desarrollo humano.
Para Bornstein y Bornstein (2010),
en particular las habilidades parentales
y los estilos de crianza pueden tener efectos inmediatos y duraderos en el
funcionamiento social de los niños en áreas que van desde el desarrollo moral,
juegos entre pares, hasta el desempeño académico.
Debido a que los padres guían a sus hijos desde una
dependencia total hasta las primeras etapas de autonomía, garantizar el desarrollo adecuado de los niños requiere equilibrar por un lado
sus demandas de madurez y de disciplina, con el fin de facilitar la integración
de los niños a la familia y al sistema social, manteniendo una atmósfera de
afecto, receptividad y protección.
Por tanto, las actitudes y las prácticas parentales forman parte de sus competencias, y si éstas
durante los años de infancia y niñez
preescolar no reflejan un balance apropiado en los factores de madurez y disciplina, los
niños pueden vivir una serie de dificultades de adaptación.
En las aportaciones de los Servicios
de Educación Especial en México, se
encuentra el documento Mapa de Competencias Parentales elaborado por la USAER VII-30, con sede en la ciudad de
México, D. F. (Sin fecha) en el cual se
define a las competencias
parentales como el conjunto de capacidades, destrezas y
conocimientos que un cuidador adulto tiene para proporcionar a los menores:
Nutrición, cuidado, protección y educación de manera pertinente, oportuna y
consistente, para formarlos como personas sanas, solidarias, productivas y
exitosas. Sin embargo, esta definición no hace referencia a la situación
contextual de las familias.
[1] RODRIGO, MARTÍN, CABRERA Y MÁIQUEZ.
Las competencias parentales en Contextos de Riesgo Psicosocial. Red de
Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal. vol. 18,
núm. 2; Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Madrid, España. 2009, pp. 115.
2009. Disponible en: redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/1798/179814021003.pdf
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